miércoles, 12 de noviembre de 2008

Las Lágrimas del Demonio (2/3)

“No te preocupes, estoy aquí”, me decía cada mañana, acariciándome con suavidad el rostro. Ese simple gesto bastaba para apaciguarme. Sólo eso bastaba para que cualquier preocupación que me acosara se convirtiera en una nimiedad.
Al darme la vuelta, siempre estaba ella, con su eterna sonrisa. Sus dulces carcajadas llenaban mi vida. Al igual que su voz. Y al igual que su mirada cuando me susurraba un “Te amo...”. Podía haber estado mirando sus brillantes ojos azules durante eras... ¿Pero qué pasó? ¿Qué fue lo que pasó?

Yo era feliz... era feliz.

“No me encuentro demasiado bien, cariño”, me dijo un día. Su ya de por sí pálida piel no tenía el tono de siempre. Pero no nos preocupamos. El tiempo fue pasando, pero ella no mejoraba. “No te preocupes”, me repetía una y otra vez. Nunca dejó de sonreír. Y yo nunca dejé de amarla. Llegó un momento en el que apenas si era capaz de levantar el brazo. Parecía tan frágil, postrada en la cama...

Una noche, antes de dormirse, me dijo tres palabras: “No me olvides”. Cerró los ojos, y su rostro, con los labios curvados en una sonrisa, se asemejó durantes unos instantes al de un ángel.

La abracé, notando que las lágrimas acudían a mis ojos, notando cómo se deslizaban por mis mejillas. Acaricié su larga melena del color del ébano, y la besé en la frente. No podía haberse ido... estaba seguro de que ella abriría los ojos una vez más y me diría que aún tenía tiempo para pasarlo con ella...

No sé cuánto tiempo estuve así. Quizá unas horas. Quizá un día entero. Pero la idea se fue abriendo paso en mi mente: no volvería...

Los siguientes días aparecen difuminados en mi mente. No, no fui a ver cómo la metían en la caja. Sé que fui duramente criticado por ello, pero no me importa. No hubiese soportado ver cómo sepultaban a mi ángel...

Recuerdo una luz... una luz que se aleja, que escapa de mi. Recuerdo haber abiertos los ojos. No sabía dónde estaba. No sabía qué hacer... los trozos de una botella rota llenaban el suelo del baño. Y un tinte carmesí ensuciaba la bañera... no, no era un tinte. Era mi propia sangre.

No sólo se me había negado la vida junto a mi amada... sino también la muerte.

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